Centro comercial camino a La Libertad. Tarde a punto de extinguir. Un grupo de jóvenes se apelotonan con banderas, tambores, pancartas y ataviados con colores políticos. Estamos en elecciones, me recuerdo. Se me acerca uno, con voz afónica de haber gritado consignas quién saben cuánto tiempo. Es un chico joven, veintitantos le calculo. Moreno, muy delgado y con una vincha en la frente con el nombre del partido político, la cual se la ha puesto al revés y las siglas del partido están patas arriba, lo cual no deja ser irónicamente gracioso. Se acerca y me quiere dar una bandera y unas hojas volantes. Le digo: tenés al revés las letras de tu partido-. Me mira con ojos vacíos y levanta los hombros. Me da los papeles, la bandera no la acepto y busca otra persona.
Una señora está bajando un cochecito de niño y niega cualquier
acercamiento, más preocupada de alejar a su pequeño del ruido de aquel lugar. Los
tambores, más propios de los carnavales en las playas de Rio, retumban al son
de un regetón que vomita una furgoncito. Vienen caminando dos chicas jóvenes,
guapas, sonrientes y se detienen. Aceptan unas pulseras. Las banderas no tienen
éxito. Las hojas volantes las aceptan y las tiran en el primer basurero que
encuentran. Un hombre que camina apurado es interceptado por nuestro joven y el se detiene para recriminarle con el ceño fruncido: jamás voy a votar por esos dinosaurios y prosigue rumiando. Pasa a mi lado y me espeta: ¿va a creer?
La megafonía detiene la música y repite un mensaje grabado.
Los tamborileros se callan. Las frases son porfiadas. Se promete más seguridad,
más empleo, sacar a los corruptos y más mensajes de una falsa esperanza. De
repente entra en escena un bicicletero con un canasto de pan. Los jóvenes se
acercan y compran pan dulce: honradas, peperechas, novias, pegaditos y
viejitas.
El chico de ojos vacíos compra una bolsa de pan francés, con
seguridad para llevarla más tarde a su casa. Me acerco y compro una viejita. Cruzamos
nuestros ojos y me sonríe. Le pregunto si todavía tiene banderas. De su mochila
saca un banderín y me la da. Le vuelvo a decir: te has puesto la vincha al revés.
Vuelve a levantar los hombros: igual que nuestro país-. Guarda su bolsa de pan
al lado de un árbol. El biclicletero sigue su camino tocando el timbre y
vendiendo pan.
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